El artesano de sueños en dos ruedas

En una bodega, armados con repuestos, pintura y un sentido de solidaridad, los uniformados montaron su laboratorio para reconstruir bicicletas.

El subintendente Pedro Márquez tiene la capacidad de convertir viejas bicicletas en pedalazos de esperanza. Las recolecta y con el apoyo de dos auxiliares de policía las deja como nuevas para luego entregárselas a niños tolimenses que tenían que caminar hasta 50 minutos para llegar hasta el centro educativo más cercano.

La campaña ‘Recicleta’ nació tras un diálogo de este Gestor de Participación Ciudadana con habitantes de la vereda Buenos Aires, en las afueras de Ibagué. Tenderos, amas de casa y niños le contaron al uniformado que una de las grandes dificultades de esa comunidad era que los estudiantes tenían que emprender a diario largas caminatas de ida y regreso para poder estudiar, ya que en el sector no cuentan con rutas de transporte público ni escolar.

 Bastó una voz a voz entre comerciantes, administradores de con - juntos residenciales y talleres de bicicletas, y una promoción en la emisora de la Policía Nacional para que docenas de bicicletas que habían permanecido por años en el ‘cuarto de san alejo’ empezaran a llegar al Comando de la Policía Metropolitana de Ibagué.

En una bodega, armados con repuestos, pintura, pinceles, herramientas y un sentido de solidaridad a toda prueba, los uniformados montaron su laboratorio para reconstruirlas. “Entendimos que una bicicleta no solo motiva a un niño, sino que le permite llegar menos cansado a la escuela y así puede aprender mejor y estar más concentrado”, afirma el subintendente, oriundo de Cúcuta (Norte de Santander), casado y padre de dos niños.

Los primeros beneficiados fueron 53 niños del colegio La Palma, de la vereda Buenos Aires. Con aplausos, gritos y hasta lágrimas, los chiquitines, entre los 7 y 10 años, recibieron este preciado regalo que les cambió sus vidas. Luego, esta cifra ascendió a 96. Los policías también le cambiaron la vida a Stefanía Agudelo, una niña de 13 años que nació padeciendo una encefalopatía metabólica mitocondrial. Su señora madre acudió al subintendente para que la ayudara a construir un medio de transporte para poderla llevar a sus terapias, pues su hija tiene discapacidad visual, auditiva y no puede caminar, y le es imposible llevarla en taxi, ya que sus ingresos a duras penas alcanzan para comprar los medicamentos. Con el apoyo de un señor en condiciones similares y mediante la adaptación de varias partes de bicicletas le construyó una silla de ruedas funcional. La mejor recompensa fue ese abrazo eterno que le regaló Stefanía.

“La recompensa que nos llevamos es la sonrisa de los chicos y, también, la de sus papás y maestros. Detrás de cada bicicleta que entregamos hay una historia de vida y superación”.