Una reflexión sobre los valores que guían a los verdaderos servidores de la comunidad y el alto precio de traicionar esos principios.

Logró ingresar a la Policía, lleno de energía y amabilidad.
  • Un día, mientras patrullaban cerca de un caño, Benavides le propuso un negocio

Esta es la historia del señor patrullero Pedro Martínez, un hombre de 29 años que vive en unión libre con Sofía Pérez y es padre de tres niñas. Martínez lleva ocho años en la Policía Nacional de Colombia, vive en una casa alquilada en el departamento de Bolívar, tiene préstamos y una deuda con dos paga diarios que paga gracias a la venta de hielo y bolis de Sofía. Recibe solo el 50% de su salario debido a un embargo por ser fiador de un compañero.

Criado en un barrio de la Cartagena profunda, rodeado de delincuencia, nunca siguió esos pasos gracias a la guía de sus padres, José y Carmen. José vendía agua en pimpinas y Carmen cosía ropa. De niño, Pedro soñaba con ser policía, admirando el respeto que infundían en su barrio.

Logró ingresar a la Policía, lleno de energía y amabilidad. Pero con el tiempo, la desorganización y los gastos innecesarios lo amargaron, deseando solo “que se aparezca la Virgen y así salir de pobre”. Su esposa lo aconsejaba, pero la codicia lo consumía. Salía a patrullar con su compañero Benavides.

Benavides, proveniente de otro departamento, siempre contaba cómo se rebuscaba, pero Pedro no le prestaba atención. Un día, mientras patrullaban cerca de un caño, Benavides le propuso un negocio: robar un camión cargado de mercancía. Pedro, tentado por la idea de hacerse rico rápidamente, aceptó.

Esa noche, interceptaron el camión y se llevaron la mercancía a una bodega clandestina. Al día siguiente, recibieron una llamada de un contacto que les ofreció una gran suma de dinero por la mercancía. Pedro, emocionado, sintió que su sueño de salir de la pobreza se hacía realidad.

Dividieron la mercancía y la vendieron a varios comerciantes locales, obteniendo una ganancia considerable. Con el dinero, Pedro pagó sus deudas y compró algunos lujos para su familia. Sofía, aunque al principio desconfiada, se sintió aliviada de que su esposo finalmente hubiera encontrado una solución a sus problemas económicos.

Sin embargo, la culpa comenzó a carcomer a Pedro. Sabía que lo que había hecho estaba mal y que había traicionado su juramento como policía. El miedo a ser descubierto lo atormentaba constantemente, y la alegría inicial se transformó en una profunda angustia.

Benavides, por su parte, parecía no sentir remordimiento alguno. Se jactaba de su astucia y animaba a Pedro a seguir buscando oportunidades para “rebuscarse”. La relación entre ambos se volvió tensa, marcada por la desconfianza y el temor.

Pero a pesar de la tentación del dinero fácil, Pedro entendió que ninguna suma podría comprar su conciencia. Decidió confesar su mal actuar y enfrentar las consecuencias de sus actos, reafirmando su compromiso con la honestidad y el servicio a la comunidad. Porque, al final, la verdadera riqueza reside en la integridad, un valor que guía a los verdaderos policías de Colombia.

El tiempo tras las rejas fue un purgatorio de cuatro años. Pedro, despojado de su uniforme y su placa, sintió el frío abandono de la institución que una vez juró proteger. Su familia, antes un faro de esperanza, ahora navegaba en un mar de incertidumbre y carencias. Al recuperar su libertad, encontró un nuevo empleo, un nuevo comienzo. Sin embargo, la cicatriz del pasado era imborrable. Cada amanecer, al cruzarse con un policía en la calle, un nudo de arrepentimiento le apretaba el pecho. Comprendió, en carne propia, que el espejismo del dinero fácil se desvanece, dejando tras de sí un reguero de dolor y desolación.

Esta crónica es un llamado a la conciencia de aquellos uniformados que, en un momento de flaqueza, se sientan atraídos por el brillo efímero de la corrupción. Que recuerden siempre que la verdadera riqueza reside en la honestidad, y el servicio desinteresado a la comunidad. Cada decisión, cada paso, deja una huella imborrable en el camino de la vida.