Mompox: donde el tiempo se detiene y las historias fluyen como el Magdalena.

Los niños, con risas que parecían campanas, corrieron detrás de juegos que ya jugaban sus abuelos cuando la pólvora iluminaba las fiestas de antaño.
  • Aquí la Policía comunitaria aparece como guardianes míticos
  • Esa tarde, mientras el sancocho hervía, alguien juró haber visto al río detenerse para escuchar
  • mujeres que, en medio de la fiesta, dejaron de ser solo autoridad para convertirse en vecinos

Dicen que en Mompox los relojes no avanzan: sus manecillas se cansaron un día de tanto girar y, desde entonces, el tiempo quedó suspendido sobre los balcones de buganvilias y las calles empedradas. El río Magdalena, ancho como un espejo de plata, sigue su curso lento, pero en sus aguas viajan las voces de quienes partieron y aún se sientan a conversar con los vivos cuando el sol cae.

Fue en este rincón encantado donde la comunidad encendió un fogón inmenso, tan grande que parecía un altar de leña encendida. De aquel fuego nació un sancocho que no solo alimentó estómagos, sino que devolvió a la gente el calor de estar juntos. El humo subía al cielo dibujando figuras: gallos, mariposas, ángeles que parecían bendecir la olla.

Los niños, con risas que parecían campanas, corrieron detrás de juegos que ya jugaban sus abuelos cuando la pólvora iluminaba las fiestas de antaño. Los mayores, curtidos de sol y de río, movieron sus cuerpos como si la música viniera no de un acordeón, sino del corazón palpitante de la tierra misma.

Ese día también llegaron los guardianes de uniforme azul. Hombres y mujeres que, en medio de la fiesta, dejaron de ser solo autoridad para convertirse en vecinos. Los niños los miraban como héroes de un cuento, porque ayudaban a servir el sancocho y cuidaban que nadie se quedara sin probarlo. Sus voces, al dar consejos de respeto y convivencia, sonaban como oraciones antiguas que protegían a las familias.

La música, vallenato eterno, se derramó sobre las calles como agua bendita. Y entre acordeones y tambores, la Policía se mezcló con la multitud, no como vigilantes distantes, sino como parte del mismo pueblo. Los candados invisibles del miedo se abrieron con cada palabra de confianza sembrada.

Esa tarde, mientras el sancocho hervía, hubo quienes juraron que el río se detuvo para escuchar. Otros dijeron que el aire olía no solo a yuca y plátano, sino también a esperanza. Y que al probar aquel caldo, cada persona sintió que bebía no sopa, sino fuerza para seguir viviendo.

"Mompox, tierra donde las palabras se vuelven canto y los silencios también cuentan historias, volvió a recordarle a su gente que la verdadera seguridad no nace de las armas, sino del abrazo de la comunidad. Y que, cuando vecinos y guardianes caminan juntos, hasta el tiempo mismo se atreve a sonreír", manifestó el coronel Alejandro Reyes Ramírez, comandante Departamento Policía Bolívar.